Mi ciudad y yo
Las Tunas, mi ciudad, ha dejado de ser un corral de cactus melancólicos, al decir del poeta. Ya no anda con su callejas de polvo y tierra viendo nacer y morir a sus hijos, sino que comparte con ellos la alegría de vivir en un tiempo que se torna espléndido, aunque la naturaleza se empeñe en privar a esta tierra de la bendecida lluvia que haga crecer los pastos y los alimentos.
Ya no es Las Tunas (unos 670 kilómetros al este de La Habana, Cuba) aquella comarca que comenzó a poblarse lentamente con el desarrollo de su economía y en 1603 se formó el primer hato, hasta que en 1709 se construyó una iglesia, alrededor de la cual comenzó a fomentarse el poblado que finalmente dio lugar al pueblo en 1796, al que bautizaron con el nombre de Las Tunas por la abundante existencia de ese cactus en la zona.
Durante las guerras independentistas del siglo XIX Las Tunas fue quemada tres veces, y por eso en su entorno prevalece la arquitectura ecléctica, porque las edificaciones coloniales fueron reducidas a cenizas en su mayoría. Mas con el paso de tiempo, su entorno se ha enriquecido con nuevas edificaciones, y ha crecido tanto que en la década de los 80 del pasado siglo fue declarada Ciudad de Primer Orden por contar con más de 100 mil habitantes.
Ahora Las Tunas y sus hijos andamos de la mano, trabajando para llegar al nuevo cumpleaños con toques distintivos en sus calles y edificaciones. Como capital de la escultura cubana sus monumentarias obras reciben la restauración necesaria para seguir siendo orgullo de las artes plásticas. También sus restaurantes, instalaciones culturales, escuelas, y las más disímiles edificaciones tienen por estos días el privilegio de prepararse por el nuevo cumpleaños, que no se limita solo al mantenimiento del centro histórico de la ciudad, sino a sus repartos.
Para los tuneros de hoy, que la ciudad llegue a su 210 cumpleaños con más deseos de vivir, es una cuestión de sensibilidad y sentimientos, porque nuestro entorno, ese donde una vez nacimos, crecimos y vivimos, es como el pedazo de tierra que uno siempre lleva dentro de sí mismo, aunque se viva en otro lugar de Cuba, o en París, o en Brasilia o...